Por Mariana García Luna
En nuestro extenso vocabulario existe una palabra que por sí sola encierra los valores más bellos del ser humano: gracias.
Y es que dar o recibir “las gracias” nos mueve por los senderos del amor, de la lealtad, de la empatía, de la compasión, de la alegría. Esta simple palabra nos puede abrir las puertas del cielo, sobre todo cuando la acompañamos con un abrazo o con una sonrisa. Lo mejor de todo es que es gratis. La gratitud puede experimentarse hasta en las cosas más pequeñas o hasta en las que damos por hecho porque las vemos a diario: el semáforo que con sus luces nos evita de tremendos accidentes; el muchacho de la gasolinera que nos permite permanecer cómodamente en nuestro coche, mientras el tanque es llenado; la persona que nos ubica en la dirección correcta cuando andamos perdidos; la música que nos cambia de humor y nos pone a bailar; las series de la TV que nos enganchan con su trama y por supuesto, los obvios, que por obvios, no pueden faltar: el cielo azul, el cielo estrellado, las nubes, el sol, la luna, la lluvia, el viento fresco, los cerros, las flores, los árboles, los animales…
Todos los días, en cada rincón de la vida podemos encontrar motivos para llenar nuestra alma con ese sentimiento de gratitud que es tan placentero. Porque cuando nos damos cuenta de que tenemos tantas cosas por las cuales sentirnos bien, comprendemos que la escasez sólo está en la mente. Mientras más nos enfoquemos en las cosas o en las situaciones por las cuales podemos sentirnos agradecidos, con mayor frecuencia se nos presentarán oportunidades para seguir sintiéndonos de la misma manera, transformando dichas situaciones en círculos virtuosos.
Para “dar las gracias”, no necesariamente se tiene que haber recibido algo; uno puede sentirse agradecido también al dar, al servir, porque se nos está brindando la oportunidad de ser útil a los otros. Creo que ése es el sentimiento de gratitud más elevado que podemos experimentar: “Gracias por haberme permitido servirte”, “Gracias por haberme permitido ayudarte”.
Cuando nos sabemos útiles, es cuando el alma se regocija y siente que su cometido en esta vida se está cumpliendo. Agradecer no sólo implica ser una persona educada, sino ser un ser humano consciente de que el sentimiento y la emoción que esta sencilla palabra posee une.
—Gracias por leer mi columna.
—No, gracias a ti por escribirla.
—No, gracias a ti por leerla, porque sin ti no tendría caso que yo la escribiera.
—No, gracias a ti porque si tú no la escribieras, yo no podría leerla.
Así es como se forman los círculos virtuosos. Deberíamos intentar aplicar esta formulita en todas las áreas de nuestra vida, ¿no sería inspirador?…
Y a ti, ¿te inspira la gratitud?…
