Filosofía por venganza: el estoicismo

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“No temas al destino, acéptalo” o, como diría un cínico recién convertido al estoicismo: “El destino te controla, pasa del destino”. Algo así debía ser el lema estoico. Hay que reconocer que es una frase con fuerza. Igual me la tatúo.

Los cínicos, esos excéntricos entrañables, tenían bastantes seguidores y alumnos. Entre estos últimos estaba Zenón de Citio —el primero de los filósofos que trato que no fue discípulo directo de Sócrates—. Y Zenón era un tipo serio al que no le gustaban las gilipolleces. Tanta excentricidad cínica le cansaba. Parece ser que tampoco le convencieron otras corrientes filosóficas que estudió, así que decidió fundar su propia escuela con lo que para mí es un popurrí de ideas tomadas de todas ellas. Había surgido el estoicismo, cuyo nombre viene del sitio en el que Zenón impartía sus clases magistrales: la “stoa” o pórtico.

Aunque esta serie de artículos es de filosofía, para entender la expansión del estoicismo es necesario hablar un poco de historia. Si esta corriente filosófica ha llegado a nuestros días ha sido gracias a los romanos, que empezaron a crear su imperio en el siglo I a.C., poco después de que el estoicismo entrase en escena, y aprovecharon y adoptaron toda la sabiduría que los griegos habían desarrollado. El filósofo romano Séneca, que vivió durante el siglo I d.C., es uno de los estoicos más conocidos, y tuvo mucha influencia en la época romana. Su motivación para aferrarse a esta filosofía, y la del resto de estoicos contemporáneos a él, era que les parecían una barbaridad los lujos, festines, bacanales y demás nuevas costumbres romanas. Estaban más a favor de la austeridad y sobriedad de la vida antes de que el romano fuese un superimperio.

Dicho esto, hablemos de qué proponen los estoicos. Aunque su filosofía fue evolucionando desde Zenón hasta que entró en decadencia después de la muerte de Séneca y Marco Aurelio, el grueso de su pensamiento siempre ha permanecido inalterado. Desarrollaron una filosofía más elaborada que una simple frase como la que abre este artículo. Según ellos, la Naturaleza está gobernada por una especie de “razón” providente y divina (Logos) que dirige el destino de las cosas y los hombres, y además no tiene sentido intentar ir contra ella, pues es imposible cambiarla. Para conseguir aceptar esto, es necesario controlar los impulsos de la razón individual de cada uno. Hay que convertirse en un “apático”, entendido como alguien que tiene un dominio total sobre sus pasiones y se mantiene imperturbable ante ellas. Todo lo contrario al hedonismo. Mientras este identifica el bien con el placer, el estoicismo lo hace con la virtud, y el objetivo que propone para el ser humano no es satisfacer todos los placeres, sino practicar la virtud. Debemos sincronizarnos con el Logos que lo domina todo y aceptarlo, sin pretender conseguir nada más; ni fama, ni bienes materiales, ni poder…

En mi opinión, el estoicismo fue un retroceso en la filosofía. Eso de que toda la Naturaleza es divina me da bastante tufillo a teísmo, aunque sin la necesidad de realizar sacrificios para tener a los dioses contentos. Además, ya he dicho que me parece una especie de popurrí de varias formas de pensar que llega a conclusiones un poco arbitrarias. Si todos estamos predestinados y da igual lo que hagamos, ¿por qué no proponer disfrutar de la vida haciendo todo lo que nos guste? Aplicando lo heredado del cinismo, esto habría tenido sentido, pues si hay que ir en contra de las normas establecidas, vamos a ir en contra del Logos e intentar cambiar el destino haciendo lo que nos dé la gana. En vez de eso, se convirtieron en unos apáticos y unos sosos.

Aunque no esté muy a favor de esta filosofía, reconozco que aplico la actitud de insensibilidad e impasibilidad típicamente estoica en algunos aspectos de mi vida, porque sino ya le habría partido la cara a más de uno.

Hoy en día se considera estoico al que acepta con fortaleza y resignación los reveses que pueda darle la vida, sin tener que creer que Dios está en todos lados.

En el próximo artículo, rompiendo por primera vez la cronología que estoy siguiendo, hablaré de un grupo de filósofos que hicieron lo que pudieron hasta la aparición del gran Sócrates: los presocráticos. Los pobres sabían que tenían algo importante entre manos, pero les faltaba la inteligencia socrática para darse cuenta de ello.

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Carlos Prieto

Narrador. Coautor de "Bocados Sabrosos" editorial ACEN (Madrid, 2011); del libro de micro relatos "Pluma, tinta y papel", editorial diversidad literaria (Madrid, 2012) y del libro de poesía "Versos en el aire" editorial Diversidad Literaria (Madrid, 2013) Autor de la novela Luke R. (Madrid, 2013) editada en Amazon en versión Print ( http://www.amazon.es/Luke-R-Carlos-Prieto-Minguela/dp/1481284894) y digital para Kindle (http://www.amazon.es/Luke-R-ebook/dp/B00ANIWAW0)

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