Sobre la biblioteca pública Gilberto Owen

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Y luché contra el mar toda la noche

desde Homero hasta Joseph Conrad

Gilberto Owen

Día primero, El naufragio

 

Lo primero es que la biblioteca existe ab aeterno, escribió Borges. Es decir, la biblioteca estaba aquí antes que usted y que yo, lectores. Recientemente se anunció que la Biblioteca Pública Gilberto Owen se trasladará al Parque 87 con una inversión de 100 millones y una edificación monumental en un terreno de 2 hectáreas. Un proyecto de «biblioteca moderna». Yo me pregunto si un proyecto así es necesario en Culiacán. Conozco de primera mano la vida cultural de la ciudad porque desde niño participo en ella, y ya en la adolescencia me involucré en un buen número de actividades. Conozco el pulso cultural de la ciudad, lo he vivido, y creo que lo que se necesita no es otro macroproyecto: necesitamos que la cultura esté al alcance, que venga a nosotros, no que tengamos que perseguirla; que esté al filo de la calle, sin grandes estacionamientos ni cristaleras, sin grandes inauguraciones ni gastos: una cultura útil, cercana, nuestra, de todos, porque si queremos combatir el daño que la violencia nos hace, necesitamos tener las herramientas a mano.

No quiero hacer una crítica, sino más bien una propuesta. Y lo hago con la esperanza de que los responsables consideren a bien lo que explicaré. Que comprendan que la cultura no está en los edificios monumentales, sino en las personas.

Comparaciones

La ciudad de Barcelona posee una Red de Bibliotecas Públicas Municipales con un total de 38 bibliotecas. Analicemos esto con calma. En Barcelona hay un total de 1,628,090 habitantes (IEC 2011), lo que significa que hay una biblioteca por cada 43 mil personas aproximadamente. Un índice alto que proporciona a muchísimos ciudadanos una próspera vida cultural. Revisamos otras ciudades, por ejemplo Valencia y Sevilla, con un índice de población similar al de Culiacán. En Sevilla hay 13 bibliotecas públicas municipales y 16 bibliobuses. Estas 29 estaciones de servicios bibliotecarios abastecen a una población de 702,355 habitantes (INE 2011), lo que da una media de unas 24 mil personas por biblioteca. En Valencia hay 32 bibliotecas públicas para un total de 798,033 habitantes (INE 2011), lo que nos da una media de casi 25 mil personas por biblioteca. Por otro lado, si apuntamos hacia la capital española, encontramos que en Madrid hay 46 bibliotecas municipales para 3,215,633 habitantes (Ayuntamiento de Madrid 2013), lo que da una media de unas 70 mil personas por biblioteca. En estos datos no se cuentan, obviamente, las bibliotecas de las universidades, las escuelas públicas, los institutos de investigación, etc. Únicamente se cuentan las bibliotecas a cargo de los municipios.

Puede señalarse que estas cifras son sólo posibles en un país Europeo que, si bien no goza de salud económica hoy en día, sí lo hizo en décadas pasadas, lo que permitió establecer una importante infraestructura cultural. Pues bien, pongamos por ejemplo el año de 1990, un año de buena economía en España, donde el PIB per cápita ascendía a 13,410 USD (Banco Mundial), mientras que en México se quedaba por los 3,052 USD. Quizá eso podría explicar la fuerte inversión en cultura en España, o daría excusas para una escasa inversión en México, o en ciertas partes del país. Sin embargo pensemos, por ejemplo, en Colombia, también en el año de 1990, que tenía un PIB per cápita de 1,209 USD, casi la tercera parte que México. ¿Por qué Colombia?, porque Medellín, una ciudad con 3,544,703 de habitantes en el área metropolitana cuenta con una red de 27 bibliotecas públicas, lo que se traduce en una media de unos 131 mil habitantes por biblioteca; ciertamente muy por debajo de los índices españoles, pero lejísimos del índice que actualmente se calcula para la ciudad de Culiacán, donde sus 858,638 habitantes sólo cuentan con la biblioteca Gilberto Owen. La diferencia en el PIB no explica la disparidad en inversión bibliotecaria entre México y España, como puede verse con el caso de Colombia.

Bien puede decirse también que el ámbito colombiano dista del mexicano tanto como el español. Entonces podemos traer la revisión de cifras al patio propio y ver que el municipio de Puebla, que cuenta con un total de 1,434,062 habitantes (INEGI 2010), posee nada menos que 38 bibliotecas públicas, lo que nos proporciona una media de casi 38 mil personas por biblioteca, una cifra envidiable que combate con las cifras españolas.

En estos términos la ciudad de Culiacán, con sus más de 800 mil habitantes, y siguiendo un índice de entre 40 mil y 50 mil habitantes por biblioteca, debería contar con, al menos, 20 bibliotecas públicas municipales. Actualmente hay una.

Cierto es que el ISIC se encarga de la infraestructura cultural del Estado, no solamente de Culiacán. Considerado esto podemos repasar los datos de la Comunidad Autónoma de Madrid, que tiene 226 bibliotecas en 179 municipios para 6,489,680 habitantes, es decir  casi 29 mil personas por biblioteca. Ahora bien, la Comunidad de Madrid destinó en 2013 un presupuesto casi 90 mil euros por biblioteca, es decir, más o menos 1.5 millones de pesos que se utilizan para cubrir los gastos habituales de mantenimiento.

Los números señalan un camino muy diferente al que vemos día a día. Las cosas pueden hacerse de una manera diferente.

Proyecto

Si el plan inicial del ISIC era gastar 28 millones de pesos en la Biblioteca Gilberto Owen y, tentativamente, dispondrá de 100 millones gracias a la inversión Federal, es posible la instalación de al menos 3 bibliotecas.

Hablemos de proyectos. Tres bibliotecas públicas en Culiacán. Aceptemos la posibilidad de una biblioteca en el Parque 87, desde luego es necesaria una biblioteca ahí, o donde sea. Quedan dos. Digamos que otra se queda en el centro de la ciudad, en el centro neurálgico del transporte público y de una gran parte de las actividades culturales de la ciudad. Por último, digamos que se instala una biblioteca más en el Infonavit Humaya, en algún punto, por ejemplo, del Boulevard Enrique Cabrera: una zona donde se ubican diversas urbanizaciones y escuelas de todos los niveles educativos. Digamos también que para vitalizar cada una de estas tres bibliotecas y dotarlas de una vida cultural activa se proporciona a cada una de ellas una especialización: por ejemplo: la Biblioteca Gilberto Owen, además de su fondo básico, contaría con un fondo especializado en poesía, y podría ser un centro de principal interés para la poesía local, estatal y nacional, donde se llevaran a cabo presentaciones de libros, talleres, conferencias, lecturas, cursos, además de que su acervo debería contar con un número elevado de títulos de poesía universal; la Biblioteca Humaya podría dedicarse al cómic y a la ciencia ficción, con su correspondiente acervo especializado y una serie de actividades relacionadas: talleres de dibujo, cursos sobre ciencia y literatura, clubs de lectura y discusión; por último, la Biblioteca Parque 87 podría dedicarse al teatro; incluso podría llamarse Biblioteca Óscar Liera; ¿por qué al teatro?, porque justamente en el Parque 87 hay un teatro griego, prácticamente en desuso, que podría rehabilitarse con diversas actividades relacionadas con el acervo: cursos de teatro, funciones de diversos grupos locales o invitados, e incluso, ¿por qué no?, un festival de teatro: imaginemos un mes de febrero tal vez, por las tardes, cuando el clima es más benévolo en Culiacán, el Teatro Griego como escenario de una serie de montajes que pueden extenderse hasta entrada la noche, creo que sería un privilegio.

La especialización es un hábito común en la red de bibliotecas de Barcelona. Por ejemplo, la biblioteca del Barrio de la Sagrada Familia dedica una parte de su fondo a la ciencia ficción, y muchas de las actividades que ahí se realizan tienen que ver con dicho género, congregando a una importante comunidad de lectores que intercambian experiencias y conocimientos. No significa que una biblioteca especializada en poesía tenga sólo libros de poesía. Quiere decir que además de su fondo básico tendrá un fondo especializado.

Estas tres bibliotecas revitalizarían la vida cultural de varias zonas de la ciudad, sin necesidad de centrar toda la inversión del presupuesto en un solo edificio enorme situado en un terreno de 2 hectáreas. Pensemos en esto: 20 mil metros cuadrados, algo más que dos campos de fútbol. Ahora viene la comparación: las 38 bibliotecas de la Red Municipal de Barcelona ocupan un área total de 5 hectáreas. ¡Atención! 50 mil metros cuadrados de edificio para un total de 38 bibliotecas: en Culiacán tendríamos una sola biblioteca en casi la mitad de ese espacio. No hace falta, para el desarrollo de una vida cultural sana, una infraestructura arquitectónica de tanta envergadura. Una biblioteca debe tener una amplia sala de consulta, un archivo, una sala de conferencias, un par de aulas para cursos y talleres, algún par de oficinas para su administración, baños, y con eso basta. No estoy haciendo una versión simplificada de una biblioteca, estoy haciendo una versión útil de una biblioteca pública. Este espacio puede caber, sin mayores problemas, en un edificio de entre 600 y 1000 metros cuadrados. El ejemplo que utilizo para este cálculo es la Biblioteca Pública de Cerdanyola del Vallès, Barcelona; una biblioteca para unos 58 mil habitantes y con un acervo de unos 66 mil libros; el edificio en que se instala es de tres niveles, y posee un área total de 957 metros cuadrados. En un edificio de este tipo pueden tener cabida entre 40 mil y 60 mil libros, es decir, más de un libro por habitante.

No hace falta una biblioteca gigantesca. Hace falta vida cultural en las ciudades, en los barrios; vida cultural que puede sostenerse sin mayores dificultades y que se cumpla no sólo para los usuarios, sino también para quienes prestan sus servicios a la biblioteca. Por ejemplo: alumnos de preparatorias y universidades pueden cumplir con el requisito del servicio social trabajando en esas bibliotecas ya sea como personal a cargo de las salas o impartiendo diversos cursos: los alumnos de la Licenciatura de teatro podrían impartir cursos gratuitos de iniciación al teatro en la Biblioteca Óscar Liera; los de la Escuela de Artes Plásticas podrían dar clases de dibujo en la Biblioteca Humaya; los de otras licenciaturas podrían dar clases de refuerzo escolar; los de la Facultad de Lengua y Literatura podrían coordinar círculos de lectura en la Gilberto Owen y en cualquiera de las otras dos, y sin que el ISIC, el Ayuntamiento, y las propias Bibliotecas gastasen un extra de su presupuesto: los estudiantes ganarían experiencia y cumplirían así con el requisito del servicio social. Con estas sencillas medidas las bibliotecas se convertirían en lugares de encuentro, zonas de educación, de cultura, espacios donde la ciudad crece y manifiesta sus virtudes, sus carencias, sus necesidades, sus aptitudes.

Conclusiones

El proyecto de una gran biblioteca puede ser atractivo para una administración pública tanto como emblema así como muestra de una voluntad de hacer. Sin embargo, ¿qué es lo que de verdad se necesita en Culiacán? Como usuario de los servicios culturales durante muchos años, creo que es más necesaria la abundancia de bibliotecas que el proyecto de una edificación emblemática. Necesitamos acción, no demostración. Ojalá que los responsables de la cultura de la ciudad y del Estado tomen en cuenta esta información y reformulen sus intenciones para con la Biblioteca Pública Gilberto Owen.

 

Eduardo Ruiz Sosa

 

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