Fin de semana en el Altiplano (Crónica del Pulque)

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Sucedió otra vez, no era algo nuevo para mí, sabía que era cuestión de tiempo y aceptación para recuperarme y seguir adelante, mi última pareja se había marchado unas dos semanas antes, claro que me sentía triste pero pasaría. Además estaba atravesando por una época difícil, los negocios no iban bien y me sentía derrotado. Después de una semana metido en mi departamento con mis pensamientos y recriminaciones por únicos compañeros, saliendo para lo mínimo indispensable, consideré alguna manera de distraerme y no pensar en el asunto, tomé la decisión de viajar un fin de semana a San Luis Potosí; era una ciudad cercana y no era un paseo costoso; en los últimos días para ocupar mi mente me dediqué a leer sobre tradiciones prehispánicas que se habían ido con la llegada de la modernidad. Entre otras cosas, me llamó la atención que en la zona del Altiplano Potosino había lugares donde se estableció la minería y algunas haciendas mezcaleras y pulqueras, yo siempre lo había visto como desierto. Qué mejor oportunidad para dar una vuelta por la región y olvidarme por un tiempo de mis problemas y dramas personales. Un cambio de atmósfera aunque fuera por un fin de semana me haría bien.

En esa ciudad vivía un amigo de mi época de adolescente que no era mala idea contactar, sabía que llevaba unos años viviendo ahí con su familia por cuestiones laborales. Quizá lo contactaría, esas cuestiones yo había aprendido que dependen del estado de ánimo, a veces no es lo más conveniente ir a convivir con una familia para recordar que nuestra vida es un desastre, otras veces es necesario.

Lo busqué con el pretexto de saludarlo y preguntarle por algún hotel barato y cómodo donde me pudiera yo alojar en mi estancia. Me llevé una sorpresa al enterarme por él mismo que tenía poco tiempo de haberse separado de su mujer y que ella había regresado con sus hijos a Querétaro de dónde era originaria, dejando a mi amigo solo. De alguna manera estábamos pasando por una situación similar. Quedamos de vernos y de manera amable me ofreció su casa para hospedarme.

Salí temprano de León, el viaje lo haría en autobús, la distancia que me separaba de mi destino no era mucha, apenas unos ciento ochenta kilómetros, un trayecto que no llega a las tres horas de duración con toda la comodidad y seguridad que proporcionan las carreteras del centro del país. Al llegar, cerca del mediodía, mi amigo fue a buscarme en su automóvil y propuso que fuéramos a un agradable restaurante de comida mexicana donde podríamos pasar la tarde platicando y actualizándonos de nuestras vidas, pero antes dimos una vuelta por el centro histórico, que como casi todos los de las ciudades mexicanas que vale la pena vistar, tenía unos cuantos años de haber sido remozado.

Pude admirar la Plaza de Fundadores, lugar donde se fundó la ciudad gracias al descubrimiento de yacimientos de oro y plata en la región, en dicha plaza se ubican la Capilla de Loreto, el Templo de la Compañía y el Edificio Central de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí lo que forma un conjunto de edificaciones de diferentes épocas. Después de circular en el automóvil alrededor de una hora por las antiguas calles de la ciudad, nos dirigimos al restaurante que recomendó mi amigo.

Fuimos recibidos con familiaridad, nos asignaron una mesa, nos ofrecieron mezcal y tenían como bebida especial ese día: pulque. Yo opté por un jarro de la prehispánica “bebida de los dioses”, que tenía una muy buena apariencia: blanca, translúcida y con un aroma a planta. Comimos gusanos de maguey, estábamos en agosto y la temporada coincide con la de lluvias. Mi amigo pidió un mezcal y nos dispusimos a brindar, sorprendiéndonos un poco que estuviéramos reunidos tantos años después, así se nos fue la tarde. En un momento de la sobremesa, cuando todavía me quedaba una parte de mi segundo jarro de pulque, me puse a contarle la leyenda de cómo se descubrió esa bebida, que yo había escuchado unos años antes en una visita a Apan, Hidalgo, lugar donde cada año se lleva a cabo la “Feria del maguey y la cebada” famosa por su pulque.

“Papatzin, un noble tolteca, en una caminata vió como salió corriendo un quimichi o ratón de maguey después de haber horadado un agujero en la planta, por el que escurría un líquido, se acercó a probarlo y notó un sabor dulce y agradable: el aguamiel. Lo llevó a su casa y con el paso de los días se transformó en una especie de atole blanco y espumoso que producía alegría y gozo si se ingería. De inmediato Papatzin envió a su hija Xóchitl con esa bebida para ofrendarla a su pariente el rey Telcalpatzin, y así nació el octli o pulque como hoy lo conocemos, el rey al tomarlo y darse cuenta de la alegría que le producía prometió que la joven se quedaría con ellos a vivir y sería preparada por los mejores maestros, la hizo su mujer y tuvieron un hijo llamado Topiltzin que fue quien terminó con el Imperio Tolteca” —concluí en mi relato.

—Ves cómo siempre una vieja tiene la culpa —comentó mi amigo al terminar la historia, y los dos reímos con el comentario.

Después de una charla muy amena y más bebida, le dije que tenía interés en visitar Real de Catorce, pueblo alguna vez considerado como fantasma a poco más de doscientos kilómetros de donde nos encontrábamos y estuvo dispuesto a acompañarme.

Al día siguiente nos dirigimos hacia allá, pasamos Matehuala, con sus inconfundibles arcos amarillos que se encuentran ahí desde que era una ciudad de paso que todo aquél que se dirigiera al Norte del país: a Monterrey o a Laredo tenía que atravesar. Adelante tomamos la desviación a Cedral y unos cuarenta minutos después nos encontrábamos esperando entrar en El Ogarrio, túnel de dos kilómetros de longitud que atraviesa la Sierra de Catorce, para accesar a nuestro destino.

—El Real de Catorce, se fundó en el año de 1779 debido al descubrimiento de ricas minas de plata, lo cual motivó a que una multitud de mineros y aventureros llegaran al lugar en busca de suerte —nos explicó un hombre que tomamos como guía al descender del vehículo.

—¿Porqué abandonaron el pueblo? —pregunté.

—El lugar era inaccesible, no existían caminos, no había agua, entonces al dejar de producir las minas la gente se fue —agregó el hombre.

—¿Y cómo siguió existiendo lo que vemos el día de hoy? —cuestionó mi amigo, refiriéndose a las construcciones medio derruídas de lo que alguna vez estuvo habitado.

—La actividad se mantuvo gracias al culto a San Francisco de Asís, también conocido como “Panchito” o “El Charrito” cuya estatua se localiza en el santuario, y es visita obligada de miles de peregrinos . —contestó, agregando que nos contaría una leyenda de la región:

“Real de Catorce principalmente estaba dividido en cuatro cuarteles, pero también se conocía por barrios, como el de “Charquillas”, el del “Venadito”, “La Hediondilla”, “Tierra Blanca”, el de “Las Tuzas”, y el barrio del “Camposanto” y en éste como en todos, había pulquerías, el pulque en ese entonces era la bebida del pueblo. En este barrio, habitaban “Valentín y Valente”, mineros de aquella época, que les gustaba embriagarse los días de descanso, actividad en la cual gastaban el producto de su trabajo, aunque se les terminara y la pasaran mal durante la semana.

Uno de esos días, se reunieron en una de las pulquerías del barrio, estuvieron bebiendo y presumiendo de ser los mejores mineros, y después de varias jarras de la “bebida de los dioses” se comportaron como cualquier par de individuos que se emborracha, se hicieron grandes elogios entre ellos, ante los oídos de los parroquianos, de ser los más diestros y hábiles trabajadores, y por lo tanto los que más dinero ganaban, ordenaban tandas completas de pulque para todos los asistentes, quienes de buena fe o por interés, se desvivían en alabar la conversación de nuestros amigos.

Tocó la mala suerte que Valentín y Valente, en su parranda, fueron avanzando en las fases de la embriaguez. Empezaron a tomar, tratándose como los más grandes, leales e inseparables amigos. Cuando ya se encontraban a medios chiles, comenzaron a tratarse como los más sinceros hermanos; pero cuando ya se encontraban embrutecidos por la gran cantidad  de pulque ingerido, y casi sin centavos, sin compañía, porque ya no tenían para invitar pasaron a la siguiente fase de la idiotez, o sea la de tratarse como padres, pero aquí surgió el problema. Ninguno de los dos quería ser hijo del otro, y aquí el problema, porque cada uno por su cuenta sostenía ser el padre del otro. La discusión fue acalorándose y subiendo de tono, hasta que decidieron salirse del antro pulquero, para arreglar sus diferencias en una pelea. Afuera empezaron a golpearse, pero como ninguno cedía, optaron por sacar a relucir filosos puñales. Se tiraban puñaladas, pero quizá por el alto grado de embriaguez en que se encontraban, ninguno lograba su objetivo. Cuando más enfrascados andaban en la riña, apareció de improviso un tercer hombre, quien interponiéndose, los invitó a dejar la pelea, pero entonces suspendieron la trifulca entre sí, y ambos se abalanzaron puñal en mano, en contra del que los molestaba no dejándolos terminar, tirándole de cuchilladas, por lo que éste, desatándose de la cintura una especie de cuerda, los molió a reatazos y los dejó tirados inconscientes.

Valentín y Valente despertaron hasta que clareó el día.

Uno al otro se preguntaba qué les había pasado, y haciendo recuerdos de su borrachera, llegaron a la conclusión de que habían reñido, pero que una tercera persona los había azotado para separarlos. No podían recordar quién había sido, pero ambos coincidieron en que les había parecido reconocer a San Francisco de Asís y que probablemente lo habían “herido”.

Acordaron dirigirse a la Capilla donde se encontraba la estatua, y para su sorpresa, el hábito del santo presentaba las rasgaduras producidas por las cuchilladas que ambos le tiraron”. —así terminó Don Chuy, que era el nombre del guía, con su leyenda local, y mi amigo agregó un comentario.

—Esos compas seguro estaban tan tomados que todavía cuando fueron a la iglesia no se les bajaba —dijo provocando la risa de nosotros.

Así pasamos un día de convivencia muy agradable en el cual pudimos distraernos, conocer acerca de nuestras tradiciones y leyendas, en un lugar de una belleza singular en medio del desierto.

—Olvidémonos del pulque y un día regresen mejor a probar “la planta de la luz”, ésa es una experiencia sin igual yo les digo con quién —agregó el guía haciendo referencia al peyote, cactácea alucinógena de la región.

—No es mala idea, siempre y cuando no vaya a venir “Panchito” a madrearnos —comenté bromeando y todos reímos.

Ya de regreso en mi ciudad, unas semanas después las cosas empezaron a mejorar, todavía seguimos en contacto mi amigo y yo, tenemos pendiente regresar a Real de Catorce, pueblo mágico que a los dos nos encantó por su belleza, y por la distracción que significó en esa época algo problemática que estábamos viviendo cada quién de manera personal cuando lo conocimos.

 

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About Author

Jorge Angulo

Ciudad de México (1968). Profesionista egresado de la carrera de Administración de Empresas, apasionado de los libros desde muy pequeño por enseñanzas de su padre. Comenzó a tomar talleres de creación literaria y narrativa en Monterrey N.L. Participa actualmente en el grupo literario Amigos del Museo, perteneciente al Museo Iconográfico del Quijote ubicado en Guanajuato, Capital Cervantina de América.

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