La presencia de Newton en la vida diaria (4): Los gigantes

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Durante el Renacimiento, la Iglesia confrontó las tesis heliocéntricas del Sistema Solar. Nicolás Copérnico no fue el primero en proponer un modelo de esta naturaleza; por ejemplo, hacia el año 300 a.C., Aristarco de Samos había tomado en cuenta la enorme diferencia de su tamaño con respecto de la Tierra, para que el Sol mereciera ubicarse en el centro del Universo.

Copérnico nació en Polonia en 1473. Estudió en la Universidad de Krakovia. Aprendió algo de medicina; fue matemático, astrónomo y físico; jurista y economista; clérigo, gobernador, líder militar, diplomático, y además, un gran conocedor de la filosofía de Aristóteles; en fin, un hombre del Renacimiento.

Copérnico, al mismo tiempo que trabajaba en corregir los errores que tenía el calendario de su época, se dedicaba al cálculo de las órbitas de los planetas considerando al Sol en el centro. A Copérnico le tomó veinticinco años terminar su libro De revolutionibus orbium coelestium (Sobre las revoluciones de las esferas celestes). Puede afirmarse que la fecha de esta publicación marca, en la historia, el nacimiento de la astronomía moderna. Con muchas dudas en sus resultados y errores en sus observaciones, Copérnico evitó enfrentarse contra la Iglesia; su libro apareció el año de su muerte, en 1543; se dice que llegó a tenerlo en sus brazos mientras agonizaba.

Johannes Kepler creyó, como Copérnico, que el Sol es la principal fuente de poder en el Universo y por ello debía ser el centro de todo. Nació en 1571, en Alemania. Aparte de la teología, la filosofía, las matemáticas y la astronomía, elaboraba horóscopos para sus estudiantes. Por la admiración que le tenía a Aristóteles, le llamó a su trabajo fundamental “Suplemento de la obra de Aristóteles: sobre los Cielos”.

Kepler trabajó para Tycho Brahe en Praga. Su actividad consistía en tomar medidas astronómicas con la mayor precisión lograda hasta entonces; aún no se usaba el telescopio para este fin. En 1601 murió Tycho Brahe y Kepler tomó su puesto como matemático del imperio. Ahí descubrió tres principios geométricos que regulan el movimiento de los planetas y se estudian actualmente en los cursos de física de nivel medio, conocidos como las Leyes de Kepler; se enuncian, de manera informal, así: los planetas se mueven en trayectorias elípticas, recorren áreas iguales en tiempos iguales, existe una relación numérica entre la distancia al Sol y el tiempo de su órbita. Este modelo matemático le permitió realizar predicciones astronómicas.

Una reacción de la Iglesia en contra de las teorías heliocéntricas fue ordenar que se afirmara, en los libros que publicaran estas ideas, que existe una enorme distancia entre las matemáticas utilizadas y la descripción de la realidad física. En cierta manera, esto es correcto; dibujar las trayectorias de los astros considerando a la Tierra como punto de observación, es tan válido como hacerlo desde Marte, la Luna o el Sol.

Una parte del poder alcanzable, en esos tiempos, de las matemáticas era la posibilidad de calcular la transformación de los datos que definían las trayectorias, de modo que pudieran “ser vistas desde otro astro” sin necesidad de realizar un viaje interplanetario. El resultado obtenido fue, cuando la observación “se hace desde el Sol”, una simplificación de estas órbitas: a partir de datos de un modelo de círculos superpuestos con otros (Ptolomeo), desde la Tierra; se llega a uno de círculos simples (Copérnico) o de elipses (Kepler), por medio de calcular la información de las trayectorias con el Sol como punto de observación.

Ahora bien, además de Copérnico y Kepler, hubo muchos pensadores importantes durante esta época, quienes llegaron a grandes descubrimientos, invenciones y nuevas visiones del arte, la religión y la filosofía. La colonización de América y la expansión de la lectura gracias a la imprenta son ejemplos de factores que generaron cambios importantes en la sociedad europea.

Pero el Sol inmóvil y la Tierra girando a su alrededor eran ideas contrarias a la inamovilidad de la Tierra y la eternidad del Universo, propuesto por Aristóteles, adaptado por Santo Tomás de Aquino y convertidos en dogmas que sustentaba el poder de la Iglesia.

La inestabilidad provocada por estos nuevos pensamientos, llevó al poder político y religioso, a la creación de un sistema de represión basado en acusaciones de herejía y brujería para mantener el orden. Hombres y mujeres fueron torturados, obligados a retractarse o llevados a la hoguera. Como ejemplo, puede citarse al filósofo Giordano Bruno, quemado en Roma por hereje en 1600; acusado, entre otras cosas, por haber defendido el modelo heliocéntrico de Copérnico a pesar de no haber sido de su agrado por el excesivo uso de la matemática (según él, herramienta poco espiritual) que el astrónomo utilizó para su desarrollo.

En 1610, Galileo le envió a Kepler su libro El mensajero de las estrellas, en donde habla del descubrimiento de cuatro satélites orbitando alrededor de Júpiter (nueva comprobación de que no todo gira alrededor de la Tierra). Kepler respondió entusiasmado con otro trabajo llamado: Conversaciones con el mensajero de las estrellas. Galileo no creyó en los trabajos de Kepler y consideró correcto el modelo de Copérnico, es decir, las órbitas de los planetas debían ser círculos y no elipses (sin embargo, matemáticamente, el círculo es un caso particular de la elipse).

Johannes Kepler, en 1612, escribió una pequeña novela llamada “El sueño” (Somnio), en la cual, una señora experta en hierbas y brujerías envía a su hijo a la Luna. En un ámbito religioso luterano, el manuscrito del libro fue, en 1617, evidencia utilizada en el inicio de un juicio por brujería en contra de su madre, quien en realidad era sanadora y conocedora del poder de las plantas; en 1620, fue apresada, encadenada durante varios meses, y después de un año, liberada, gracias a la defensa que dirigió Johannes. La señora murió pocos meses después, su cuerpo no soportó lo ocurrido.

Pero es Galileo Galilei quien da los pasos para el inicio de la nueva física. Sus contribuciones, aparte del apoyo dado al modelo heliocéntrico de Copérnico, se basaron en una metodología que terminó siendo fundamental en la investigación científica: preguntarle directamente a la Naturaleza a través de la observación y experimentación, es decir, el método científico, tema que será revisado en la siguiente contribución.

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Enrique López Yáñez

Es Físico por la UNAM, Especialista en Ciencias de la Computación por la Fundación A. Rosenblueth y ahí fue profesor de Física y Graficación y Simulación por Computadora. Trabaja en mantenimiento de software y prepara una novela para la Maestría en Literatura y Escritura Creativa en Casa Lamm.

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