LA DAMA DEL PARQUE (Leyenda)

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No me quedó otra opción, había agotado todas las alternativas para tratar de solucionar el problema que me aquejaba y me atormentaba sin lograrlo, me solté llorando en ese banco del parque que frecuentaba desde mucho tiempo atrás cuando quería estar en soledad, no era tarde pero ya había oscurecido, sin darme cuenta apareció una mujer que llegó de manera sigilosa acompañada de un perro pomerano; ya no era joven, me dí cuenta por sus movimientos, se sentó a mi lado despacio, con movimientos elegantes y cuidadosos para no arrugar el vestido negro y largo que portaba, mientras el perro caminaba alrededor sin alejarse demasiado, yo me sentí un poco incómodo porque no quería que se diera cuenta de las lágrimas que salían de mis ojos, así que sólo percibí sus movimientos de reojo, además era de noche y en ese lugar no llegaba el reflejo de ninguna de las luminarias del parque, yo lo había escogido porque a esa hora casi no se acercaba la gente, preferían espacios más iluminados.

En cuanto se sentó me saludó y pude observar su cara con más atención, calculé que pasaba de los cincuenta años y conservaba una belleza sobria, su rostro tenía el suficiente maquillaje para resaltar sus facciones sin caer en el exceso, era delgada, se dio cuenta de que estaba llorando y me miró con ojos bondadosos y dulces, tomó mi mano sin preguntar y al sentir la calidez de la suya pude experimentar una tranquilidad y una paz que no había sentido hacía mucho tiempo, no se si fue el momento o la desolación que sentía, pero no me atrevía a hablar.

Después de un rato en silencio, ella comenzó con facilidad una conversación sin necesidad de tocar el tema de porqué me encontraba ahí en ese estado; platicamos por más de una hora, de todo y de nada en particular, una de esas charlas que uno piensa que son intrascendentes, pero que encierran demasiada sabiduría porque provocan lo que más necesita uno en esos momentos: comodidad y tranquilidad. Me preguntó si podía verme dos días después en ese mismo lugar porque dijo que le había agradado mi compañía y era la hora en que sacaba a pasear a su mascota. Por supuesto que acudiría le contesté, nos despedimos y cada quién tomó su camino.

En la fecha acordada nos vimos otra vez para pasar un rato acompañándonos, los encuentros se volvieron recurrentes y cada vez fuimos platicando más acerca de nuestras vidas, era una mujer que me hacía ver los problemas en su exacta dimensión, era educada, poseía cierta cultura y podía platicar con ella casi de cualquier tema que como estudiante a mis veintitrés años pudiera conocer, nos hicimos buenos amigos aunque nunca supe su nombre, era lo que menos importaba, había ocasiones en que no aparecía, pero tenía la esperanza de que unos días después nos encontraríamos, yo asistía a la universidad cerca de ese parque, mi personalidad siempre había sido solitaria y mis clases se terminaban en la tarde por lo que en muchas ocasiones tenía la oportunidad de acudir a buscarla sin ningún problema. Siempre llevaba a su perro que terminó por acostumbrarse a mí y se me acercaba como un viejo conocido, en uno de nuestros encuentros me habló de que era mejor confiar en un perro que en muchos seres humanos, en la cantidad ilimitada de amor que un animal puede entregarnos por el simple hecho de que somos su único mundo y viven pendientes de nosotros. Platicábamos de las relaciones humanas, de las decepciones que uno se puede llevar pero también de la inmensa alegría que nos da una buena convivencia, de las cosas importantes de la vida, del futuro que me esperaba cuando terminara de estudiar y emprendiera mi propio camino, de mis planes y de lo incierto que pueden ser las cosas pero que al final la vida es así y vale la pena. Nuestros encuentros duraron casi todo ese semestre de la universidad, hasta que pasaron los días y ella no volvió, la busqué varias veces en los alrededores y pensé que quizá algo le había ocurrido. Después de unas semanas me enteré por el periódico local que había sido detenida por ser la propietaria de la casa de citas más famosa de la pequeña ciudad donde vivíamos, lugar que incluso era frecuentado por importantes hombres de negocios y políticos que venían de otras ciudades.

No pude evitar sentir tristeza por mi amiga, tenía ganas de verla, pero hoy después de muchos años entiendo y valoro a esas mujeres que han conocido el abandono, el rechazo, la vida clandestina; en ese medio también aprenden lo que es la comprensión, la ayuda desinteresada y el entendimiento del ser humano, nadie como ellas para hacer sentir bien a los hombres.

Mi vida me llevó por muchos rumbos, no todo lo pude predecir ni controlar, me casé, tuve hijos, hicieron su vida, me separé y caminé después de años otra vez en soledad, tengo recuerdos de gratitud para esa mujer del parque que me brindó su compañía una temporada en mi época de estudiante y que con sus charlas dejó una huella imborrable en mí. Me enteré que murió sola y al paso del tiempo investigué dónde se encontraba su tumba, un par de veces al año llevo flores al cementerio de la ciudad donde se encuentra sepultada, me sirve para reflexionar acerca de lo efímera que puede ser nuestra existencia y de lo fuerte que pueden ser los lazos que nos únen a las personas si llegamos en el momento exacto, no importando nuestras actividades ni el tipo de vida que llevemos sino la esencia como seres humanos.

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About Author

Jorge Angulo

Ciudad de México (1968). Profesionista egresado de la carrera de Administración de Empresas, apasionado de los libros desde muy pequeño por enseñanzas de su padre. Comenzó a tomar talleres de creación literaria y narrativa en Monterrey N.L. Participa actualmente en el grupo literario Amigos del Museo, perteneciente al Museo Iconográfico del Quijote ubicado en Guanajuato, Capital Cervantina de América.

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